Vacaciones

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Animación piscina

Ain svai trai. Todos a despertar. Y suena la canción empalagosa, de pretendidas voces infantiles, de falsetes insoportables. 

Buenos días. Hoy va a ser otro día maravilloso en su club de vacaciones. Comienzan a llenarse los pasillos de autómatas somnolientos.

Guten morgen. Guten morgen. Los saludos, apenas mascullados, se suceden camino al comedor. Las jarras de café y zumos de fruta dibujan cercos en el polvo de las mesas. Pilas de plátanos y más plátanos, en todas las fases de maduración, llenan las cestas. Beben, mastican, tragan, en un silencio denso solo roto por el chirrido de alguna silla o el zumbido de alguna mosca.

A medida que van terminando el desayuno, una serpiente multicolor, hecha de camisas hawaianas, de pantalones fosforecentes  y de sandalias de colores va caminando hacia la piscina, ocupando las hamacas según una jerarquía cuyo origen nadie conoce, pero que nadie quiebra. Se tumban al sol, a dejar pasar la mañana.

La piscina es un caldo turbio de hojas secas.  La visión del mar oleaginoso y en una calma antinatural disuade cualquier intento de baño. Solo queda el sol, el sol y las hamacas, y la sombra desdibujada de los restos de las sombrillas. De fondo, suena insistente la animación pregrabada. En un bucle sin fin se suceden las propuestas de juegos en la piscina y excursiones al pueblo que nunca salen. Cada hora, el recordatorio de la barbacoa nocturna en la playa y el baile en el salón, solo para mayores y después de las doce de la noche.

Desparramados bajo el sol, dejan que sus cuerpos se sigan tostando, los sonidos de la animación se confunden con el zumbido de los insectos. Sigue avanzando el día tan solo para que llegue la noche, el fresco y el sueño que darán paso al nuevo día o, quizás, al mismo día repetido. Cercados por la niebla que envuelve la isla, saben que el retorno es imposible, o lo sabrían si no fuera porque han decidido prolongar sus vacaciones.