El Gran Hotel

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Hotel en ruinas

Se alzaba solitario como un costillar descarnado, como una jaula vacía, como los restos de un gigante en su día poderoso.

Cables, tubos, cristales, habían sido arrancados de manera metódica, sin dejar ni el más mínimo resto, para ser incorporados a los centenares de chozas que se arracimaban en su base.

Sus sótanos, permanente encharcados por las filtraciones del mar, y sumidos en la obscuridad que apenas aliviaban los respiraderos, servían a la vez de granja de mohos y de refugio durante las cada vez más frecuentes tormentas solares.

Sus antaño lujosas habitaciones se abrían a los vientos, canalizándolos hacia el interior, llevando el poderoso bramido a las turbinas de los generadores.

En la azotea las pocas placas solares que aún funcionaban, cargaban las baterías encargadas de mantener toda la noche encendido el faro, única guía con la que las barcas de pesca podían volver a puerto antes de que se encendiera el día.

Costó años, pero por fin el gran hotel servía para algo.