Realidades

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Escalera de Escher

No estoy de acuerdo. Ni me miento, ni fantaseo. En todo caso, mi comportamiento es perfectamente normal. Al fin y al cabo, todos reescribimos nuestra historia cada vez que la recordamos.

En los momentos bajos miramos hacia atrás y solo recordamos episodios tristes, enfados, soledad e incomprensión. En épocas de euforia, todo lo contrario. De repente, el recuerdo de la infancia se tiñe de felicidad y resulta que éramos el preferido de mamá y y todos los compañeros nos querían.

Vale, vale. Ya sé que te refieres a algo más. A esa capacidad que tengo para engañarme a mí mismo, por usar tus palabras. A vivir en medio de una nube. Una nube de falsas percepciones de la realidad. Sí, ¿pero quién dice que son falsas?, o dicho de otro modo, ¿quién puede asegurar cuál es la realidad?.

Porque si de algo he terminado por darme cuenta, ha sido que mi habilidad de, como tú dices, mentirme a mí mismo, va pareja a la capacidad de cambiar eso que tú llamas, tan solemnemente “la realidad”.

Y es que no tengo por qué aceptar personas o situaciones, que me desagradan. Prefiero engañarme, si quieres expresarlo así, porque, ya ves, la mayor parte de las veces no solo lo consigo, sino que logro que los demás también terminen viendo las cosas como yo las veo.

Es como si del engaño consciente, reiterado, surgiera una nueva realidad, y tú deberías saberlo mejor que nadie. Porque si a eso vamos, ¿cuánto tiempo hace que me dijeron que habías muerto?.

Fue muy desagradable. Algo sobre un camión, un stop, una moto y tú. No les dejé terminar. No quise escucharlo. Y, mírate, aquí estás esta tarde, como tantas otras tardes, conmigo. ¿Acaso preferirías estar muerto?.

¡Bah!. Fíjate si eres real que tratas de llevarme la contraria. Eso no encaja con lo que afirmas, ser tan solo un producto de mi imaginación. Supongo que me reconocerás la inteligencia suficiente como para haberte creado, si ese fuera el caso, más sensato y menos polémico. Vamos, que mi idea de una tarde agradable no coincide con estar discutiendo con mi propia creación sobre su existencia.

De hecho, fíjate como la asistenta ha servido también tu taza de café. Ya sé que sería capaz de hacerlo por complacerme o, cuando menos, para no contrariarme. Pero tú mismo te habrás dado cuenta a lo largo de estos meses que siempre que vienes la pone. Tendrás que fiarte de mi palabra, o preguntarle a ella, pero los domingos tan solo sirve la mía. ¿Ah, callas ahora por no darme la razón?.

Pero no sé por qué discuto contigo si siempre has sido así. Racional hasta el extremo. Convencido de que solo existe lo que se mide, lo que se pesa. Y te equivocas. ¿Acaso no te he visto medir el tiempo? Un tiempo que tú y yo sabemos que no existe. ¿Dónde está el pasado, sino en los recuerdos?. ¿Y el futuro?, ¿puedes ver el futuro?. ¿Qué mides, entonces?.

Convenciones. Puras convenciones. Y no digo que no sean útiles. Sé, por ejemplo, que, a base de cálculos, un arquitecto ha determinado el grosor de estas paredes, o el espesor y la resistencia de las vigas del techo. Sí. Puede que sea necesario. Al fin y al cabo, uno no va a estar imaginando continuamente su propia casa.

Pero mira, mira la pared de la biblioteca. ¿Ves? Ahora hay un magnífico ventanal hacia el jardín inglés. Y no me digas que afuera está la Gran Vía. Afuera hay un jardín inglés, y puedes verlo igual que lo veo yo.

Otra vez llevándome la contraria. ¿No te das cuenta de que tu comportamiento te contradice?, ¿qué no puedes ser tan solo una invención mía?. Reconozco que lo pudiste ser al principio, pero has de reconocer que, con el tiempo, has ido adquiriendo tu propia identidad.

Al final, va a ser cosa de los planos. Solamente por no seguir atascados, voy a reconocer que pudiera existir eso que tú llamas la realidad. Te lo acepto como punto de partida. Pero, y a ver si logro explicarme, piensa en esa realidad como un solar, como una parcela sobre la que se levanta un edificio.

Pues ya tienes que esa realidad puede ser transformada. “Vivo en el solar número 38 de la calle de la Independencia”. Te falta el piso. Principal. Segundo derecha. Entresuelo izquierda. O como esas numeraciones modernas tan frías, 7º D. Horrible. El cartesianismo llevado al exceso. Pero sigamos.

Cada una de esas viviendas es diferente. Dan para la calle, o para el patio. Tienen dos o tres dormitorios. Pero además, las teóricamente iguales han sido decoradas de manera diferente. Una decoración que, además, cambia con el paso del tiempo y con el propio envejecimiento de la gente que la habita.

¿Me entiendes ahora?. Es cuestión de planos, de capas. No voy a negarte, que abajo, muy abajo, exista algo en principio inmutable o, al menos, independiente de lo que yo piense e imagine. Pero ¿cuántas capas no se superponen sobre esa realidad?.

Pero creo que va a ser mejor dejar de discutir, que ya falta poco para que te marches. Ese tiempo que no existe, esa convención mecánica, va avanzando hacia la hora en que debes marcharte. Y yo, a seguir con lo mío. Según te vayas cerraré los ojos y dormitaré un ratito, hasta la hora de la cena.

No sé a quién invitar esta noche. Ya sabes que las tardes las reservo para ti, pero las noches son otra cosa. Por la noche me gusta sorprenderme a mí mismo con mis invitados. Puede, si no pienso algo mejor, que invite a… No deja, que vamos a ponernos a discutir de nuevo sobre la realidad y sobre mis amigos y, a estas alturas, lo tengo muy claro. Siempre supe que las nubes son de algodón.