¿Por qué?

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Isla rodeada por la niebla

Por unos segundos eternos, el eco de ese llegué llenó nuestros oídos, desplazando por completo el resto de sonidos, silenciando cualquier pregunta.

Despacioso y con cuidado, se bajó de las mesas en las que lo habíamos acostado y caminó hacia los huecos del emparrado que daban acceso a la playa.

Se paró, todavía bajo la sombra. Miró hacia la arena, primero a un lado, luego al otro, como buscando. No veo la barca, murmuró en un par de ocasiones. No veo la barca.

Terminó por encogerse de hombros y darse la vuelta, mirando de nuevo hacia nosotros que, en silencio, habíamos rehecho el medio corro con el que lo rodeábamos.

Nos fue mirando con una mirada larga y despaciosa que parecía tener sustancia, pues casi la notábamos cuando pasaba por cada uno de nosotros.

¿Por qué nos rechazan?

No fue solo la pregunta. Fue la tristeza que impregnaba su cara. Fue la manera en la que su cuerpo pareció encogerse. Fue el tono del que se hallaba ausente cualquier desafío. Fue la sensación de inocencia de su pregunta lo que hizo que nos sintiéramos incapaces de responder.

El silencio se encargó de ocupar el hueco que quedó entre esa primera pregunta y una nueva interrogación.

¿Por qué? Y comenzó a contarnos.

Estaba obsesionado con la niebla que nos rodeaba. Al igual que a nosotros, la niebla siempre devolvía a su gente al punto de partida. Pero mientras a nosotros solo nos provocaba una cierta lasitud que se sumaba a la desorientación, a ellos los golpeaba casi físicamente.

Navegar entre la niebla, hasta el obligado retorno, era para ellos una auténtica tortura. No es que escucharan voces, no es que entendieran palabras, es que sentían en lo más hondo un empujón brutal que tomaba la forma de un vete, no es sitio para ti.

Fueron muchos los que lo intentaron. Fueron menos los que siguieron intentándolo después de que algunos no consiguieran recuperarse tras haber pasado algunos días perdidos en esa niebla que parecía odiarles. Él fue uno de esos, de los que lo siguió intentando.

Había perdido la cuenta de las veces que lo había intentado y de las veces que había intentado dejar de intentarlo, pero la niebla estaba ahí, apenas a un día de navegación de sus costas, un misterio que se burlaba de manera intolerable de sus intentos por comprenderlo.

Perdido en la niebla, golpeado por los vete, terminó por entenderlo. Habían sido demasiados los años a lo largo de los cuales habíamos ido acumulando nuestro rechazo hasta llegar a convertirlo en algo difuso, como la niebla, pero con existencia propia, como la niebla.

Casi sonrió cuando recordó esa vieja advertencia de tener cuidado con lo que se desea, pues puede hacerse realidad. Al parecer, aunque podía ser casualidad, ese era el caso. Tantos años de desear quedar aislados por completo de ellos y sus problemas al final nos habían aislado.

Contó de sus intentos armado de rabia. No pueden echarme. La Tierra es una y sin fronteras. Las líneas dibujadas por quienes se sienten dueños de lo que es de todos y no es de nadie no pueden cerrarme el paso. Pero la niebla le devolvía al punto de partida.

Contó de sus intentos armado de compasión consigo mismo. No pueden condenarme a seguir viviendo sin futuro. Con un poco de lo que a ellos le sobra nosotros tenemos más que suficiente. Pero la niebla volvía a expulsarlo magullado por fuera y por dentro.

Contó de sus intentos armado de magia y amuletos. Contó de sus intentos armado de tecnología con radar, sondas y GPS. Contó de sus intentos en grupo para animarse y protegerse. Pero la niebla siempre vencía.

Contó, por fin, de su comprensión. De como terminó por entender que éramos nosotros los prisioneros y, por pura simetría, ellos quedaban encerrados fuera. En ese momento los vete, los no es tu sitio, los entendió como rabietas pueriles propias del egoísmo y la ignorancia.

En medio de la niebla, nuestros gritos de rechazo, acumulados durante años, le seguían golpeando, pero era capaz de soportarlo y pudo seguir navegando. Pero, en esta ocasión, al comenzar a abrirse la niebla fue otra playa la que vio a lo lejos.

Agotado se desplomó. Su siguiente recuerdo fue despertarse sobre las mesas y manteles, bajo el emparrado, sin saber del todo cómo había llegado.

Terminado su relato, y tras unos momentos de silencio, su mirada volvió a recorrernos y de nuevo su pregunta. ¿Por que nos rechazan?