La memoria de piedra

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Durmiendo en la piedra

El sol golpeaba su cuerpo desnudo. Notaba cada veta, cada resalte, cada grano de la piedra marcarse en su espalda y sabía que no debía ser así. Debía abandonarse, debía fundirse con la laja de basalto, debía hacerse uno con ella, dejar que su conciencia penetrara en la roca, abandonando todo pensamiento propio, toda sensación. Las frases del rito de iniciación zumbaban en sus oídos. 

La piedra tiene memoria, la piedra guarda el recuerdo de lo que fuimos, la piedra sabe quienes somos. La piedra nunca cambia, la piedra nunca engaña.

Sabía de casos en los que el aspirante fallaba la prueba.y  sabía que la muerte no era el peor de los resultados posibles. Vagaban por el poblado algunas sombras perdidas en una dimensión ajena, aquellos que no habían resistido el contacto con la piedra, o que tal vez se habían resistido a abandonarse a ella.

Trató de olvidar su cuerpo, ignorar sus miedos. Se centró en su respiracion, controló los jadeos que el calor y los nervios provocaban. Vació su mente de todo pensamiento aturdiéndose con las frases del rito.  

La piedra tiene memoria, la piedra guarda el recuerdo de lo que fuimos, la piedra sabe quienes somos. La piedra nunca cambia, la piedra nunca engaña.

Le pareció sentir en el borde de su consciencia una presencia. A duras penas logró contener el miedo. Se forzó a abandonar toda resistencia, dejando que la frialdad de esa presencia le invadiera. No fue consciente del momento en que dejó de sentir su cuerpo. No llegó a darse cuenta de cuando dejó de ser él y comenzó a ser uno con la piedra, a flotar en su interior. Se sumió en un silencio profundo, dejando que las imágenes le golpearan, sin tratar de entenderlas.

Vio torres soberbias de metal y cristal. Vio extraños carruajes sin caballos. Vio volar aves de un material brillante. Vio el afán de millones de hormigas que se revelaron como personas extrañamente vestidas cuando el sueño de la piedra le aproximó a ellas. Vio la tierra herida por incontables garras de metal. Vio ríos turbios y el cielo empozoñado por humos sin sentido. Vio extrañas explosiones y combates con armas que no entendía. Vio derramarse el mar sobre tierras fértiles. Vio el éxodo de los habitantes de esas extrañas junglas de metal. Vio luchas disparatadas por los escasos pedazos de tierra seca. Vio amaneceres imposibles de un rojo ominoso, teñidos por un fuego que seguía matando aún después de haberse apagado. Vio morir a millones a esas desesperadas hormigas.

Pero vio también nacer menudos huertos, y vio salir al mar diminutas barcas, y vio como las cabañas dibujaban pequeños pueblos, con sus plazas, y vio parejas que se amaban, y volvió a ver niños, y escuchó de nuevo risas. Y sintió el dolor sordo de la piedra, testigo mudo durante esos años de locura. Y vio a los primeros de entre ellos que se acercaron a la piedra, buscando en su inmutabilidad un asidero. Y fue testigo de como aprendieron a escucharla, a compartir su lenta y desapasionada memoria.

Volvía, se despertaba lentamente. El sol fue expulsando de su cuerpo el frío de la piedra, pero en su consciencia quedaban para siempre los recuerdos.