El calor es líquido

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Secarral

El calor es líquido. El silencio acogió las palabras del viejo, en medio del trajín rutinario alrededor de la hoguera. Ese último momento, el de prepararse para la etapa nocturna, era el más duro. Los músculos protestaban, todavía anquilosados después del inquieto dormitar en que habían estado sumidos a lo largo del día. A la pereza propia del despertar, se sumaba el agotamiento de haber respirado, durante todo el sueño, un aire seco y caliente que, caída la noche, se volvía apenas algo más fresco y húmedo.

El calor es líquido, repitió el viejo mientras unos jóvenes desmontaban el precario toldo bajo el que se encontraba echado. Se fue incorporando lentamente, como si tuviera que convencer uno por uno a todos sus músculos de la necesidad de ponerse en marcha. Casi podían oírse los crujidos de su osamenta. El rechinar de sus articulaciones invitaba a pensar que la omnipresente arena se hubiera colado en ellas.

Como todas las noches, lentamente, la columna comenzó a formarse, a extenderse mientras caminaban. Una alargada hilera que serpenteaba por el fondo del valle, moteándolo con destellos de luz. El viejo caminaba a paso lento, libre de enseres, que bastante tenía con cargar con su gastado cuerpo. Algunos lo adelantaban, inmersos en un ritmo propio. Otros caminaban un rato a su lado, le ofrecían un brazo para apoyarse. Sin brusquedad, rechazaba toda ayuda si bien toleraba de buen grado la compañía.

Aferrado al bastón, la mirada al frente, fija en un horizonte propio, andaba a un ritmo cansino pero constante. Un paso, otro paso, y aún otro más, antes de que la cadencia fuera rota por un leve tropiezo. Vuelta a marcar el ritmo. Sus sandalias pespuntaban el silencio de la noche. Respiraba como si paladeara el aire nocturno, tal vez por la certeza de que la mañana le privaría de ese placer, sofocándole con el calor, la sequedad, el polvo. Respiraba profundamente, pero encontraba tiempo entre bocanada y bocanada para conjurar su letanía, “el calor es líquido”.

Se detuvieron a media noche sin tener que ponerse de acuerdo, uno de esos hábitos comunes que regulaban sus vidas. Se dejaban caer sobre una piedra plana, sobre el suelo, o se recostaban sobre alguno de los fardos mientras las vasijas con agua recorrían la deshecha columna. El agua fresca recorrió su garganta. Como si en ese momento ya pudieran fluir libres sus palabras, murmuró de nuevo.

El calor es líquido. Mira como se derrama desde el sol, mira como ha ido invadiendo la tierra, convirtiéndola en un mar de fuego. Mira como, cuando amanece, baja de las montañas y llena el valle. Ustedes creen saberlo todo y no saben que el calor es líquido.

Apenas unos minutos de descanso y en pie de nuevo. Hay que seguir caminando. La noche es corta cuando hay que llegar a la próxima sombra antes de que el día despunte, antes de que despierte la mañana y comience a caer el calor de las montañas, anegando el valle. Es imposible chapotear en un mar de fuego.