Hoy no pongo la lavadora
Apartó la manta de una patada, con asco, y se dirigió hacia el baño mientras se arrancaba el pijama. Había vuelto a suceder. Una vez más, sus esfínteres habían cedido. Se duchó frotándose furiosamente, como si quisiera arrancarse la piel, más que eliminar el rastro de su orina, de sus heces, sintiendo como al asco se le sumaba la rabia, la impotencia.
Algo más de un año de amaneceres empapados, no habían logrado que se acostumbrara a esa nueva debilidad. Aseado, vestido y todavía exudando los últimos vestigios de rabia, encaminó sus pasos lentos hacia la cocina. Remojó las rebanadas de pan bizcochado en el tazón de café amargo, masticando despacioso y desganado.
Una vez más dio las gracias por la temprana muerte de Aurora. No quería ni siquiera imaginarla compartiendo esta situación, ayudándolo tiernamente a limpiarse, quitando importancia a los sucedido, cargando con sábanas y mantas para lavar. Por más que la siguiera echando de menos, cada día de su vida, prefería vivir solo estos despertares.
Recordó que, contra su costumbre, no había recogido la ropa de la cama antes de ducharse. El rito diario contemplaba cargar con la ropa empapada hasta la lavadora, quitarse el pijama y poner a funcionar el maldito cacharro, antes de ir al baño.
Sintió una pereza enorme, una desgana insoportable. De repente, le pareció imposible volver a la habitación, reencontrarse con los olores, vencer la repugnancia.
Sentado ante los restos del desayuno, su mente vagaba entre el recuerdo de la tarea pendiente y las imágenes que de si mismo atesoraba de antes de su enfermedad. Su mirada se fijó por un momento en el cuchillo. Su hoja le pareció casi amable, como hecha en un extraño acero de terciopelo. Casi sin pensarlo, deslizó la hoja sobre su muñeca izquierda y pensó, hoy no pongo la lavadora.