Tino

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Borracho con perro

Tino tenía dos pieles. Tenía una que si no era la de a diario, casi era la de siempre. Era de un color que, todavía hoy, no sabría decir cuál era. Un color en el que el moreno intenso, arrebatado, ajeno al daño de los rayos uva, se mezclaba con el polvo, la tierra, el sudor.

El otro color de Tino era también moreno, pero con un matiz sonrosado y era el color que sustituía al de casi siempre cada vez que sus hermanas lograban retirarlo, por un tiempo, de la calle. 

Ese color, el segundo, venía acompañado de un afeitado que convertía a Tino en una especie de enorme bebé, con una mirada ingenua y una sonrisa irresistible, enmarcadas por sus rizos negros y brillantes, tan brillantes que parecían aceitados. 

El color sonrosado y el pelo negro se acompañaban de un pantalón de tergal azul marino y un polo blanco, con los inevitables zapatos que, a juego con su pelo, de puro negros y resplandecientes parecían acharolados.

Ese Tino sonriente, recién peinado, vestido de punta en blanco, recorría el barrio saludando. Recibía él los saludos: pero qué bien estás Tino, Tino que guapo se te ve. En voz baja y mientras se alejaba quedaba en el aire la pregunta: a ver cuanto le dura esta racha a Tino.

No sé, pues no lo encuentro en mis recuerdos, si pasaba un día con su noche o si pasaban dos o más o cuántos. Lo cierto es que una mañana, caminando hacia la parada de la guagua que nos llevaba al colegio, veíamos a Tino con su color que, sin ser de a diario, era el de casi siempre. 

La barba remarcaba sus facciones afiladas. Sus ojos enrojecidos a juego con sus greñas negras y enredadas. Su ropa teñida del mismo tono que su piel, pero la de casi siempre, la que no llegaba a ser de a diario. Sin zapatos, en la planta de sus pies se dibujaba el mapa del barrio.

Tino tumbado. Tino caminando exageradamente erguido entre tumbo y tumbo. Tino dormido con una sonrisa de la cual solo él sabía los motivos. Tino siempre en medio de una manada de una decena de perros, que olvidaba que Tino, salvo cuando era el Tino sonrosado, siempre andaba rodeado por sus fieles compañeros.