La llegada

Imagen
Guatiza

Bajo del avión y no sé cómo colocar el abrigo. Solo sentirlo plegado sobre mi brazo me produce una enorme sensación de agobio. Camiseta, jersey de lana y chaqueta de invierno… apropiado para Madrid pero casi estúpido para desembarcar en Lanzarote.

Arrastro mi maleta con ruedas por todo el aparcamiento de la T1, que para poder llegar a tiempo a Madrid fui por Tenerife, así que a recoger el coche al aparcamiento de la T2. Camino en medio de turistas que no han aguantado más la ropa de abrigo y que, más previsores, traían bajo sus abrigos las camisetas de tiros.

Adiós a la Gran Vía, vuelvo al paisaje plano y quemado de Lanzarote, abandono la autovía del sur, la circunvalación de Arrecife y me meto de lleno en el disparate del desdoblamiento de Tahíche. Maldigo ese pedazo de Arrecife que ha reptado hacia el interior y que amenaza con serpentear hasta Órzola.

Ya finalizado el desdoblamiento, giro hacia el Norte. La carretera de Guatiza, otra víctima de la manía de homogeneizar las vías y los paisajes, a pesar del destrozo paisajístico guarda algo de lo que me hizo elegir Lanzarote como mi sitio.

Hoy, además, como un inesperado regalo, según giro y emprendo ese último tramo del viaje, comienza a caer la lluvia. Abro la ventanilla, aunque me moje ligeramente, y me lleno del olor a humedad y a fresco. Al llegar a casa, el abrigo me presta un último servicio en este viaje, colocado sobre mi cabeza como una capucha ridícula.

Me limpio los pies mojados de atravesar los escasos metros desde donde aparco hasta la puerta y, antes de subir a la biblioteca me preparo un café. Estoy en casa.