¡Hijos de puta!

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Violencia policial

Deberían estar acabando los 70. Una de tantas manifestaciones en Triana. Sosteniendo la pancarta, los del grupo de cabeza nos mantenemos a unos metros del cordón policial en un tenso momento, aguardando el comienzo de la carga.

La inmovilidad se quiebra de repente. Avanzan mientras nosotros giramos y comenzamos a correr. En ese momento eterno, todavía mirando hacia los policías, grité con todas mis fuerzas ¡Hijos de puta!

Recuperado el aliento, disipada la adrenalina, sentí una vergüenza enorme. Por un momento fui capaz de ver tras los escudos, bajo los cascos, dentro del uniforme, a las personas. Fui capaz de entender que me encontraba frente a trabajadores. Algunos habrían llegado a policías por vocación, otros, y situémonos en esos últimos 70, probablemente no habían podido ni elegir. Pero en cualquiera de los casos, si hubiera un hijo de puta, estaría en un despacho.

Por supuesto, y lo comprobé a base de experiencia, entre ellos se encontraban algunos que merecerían sin lugar a dudas el calificativo de sádicos, por como se ensañaban, pero eran una minoría a la que, en muchas ocasiones, frenaban sus propios compañeros. Lo cierto es que, de "nuestro lado", también existía una minoría que buscaba bronca de manera sistemática. Al igual que "nuestra" minoría no invalidaba nuestras razones para manifestarnos, la minoría que ejercía una desmedida violencia institucional, guste o no guste, no ponía en entredicho la legitimidad de la actuación policial.

Treinta años después el análisis puede ser el mismo. Las razones de las manifestaciones de los indignados no pueden verse degradadas por el comportamiento violento de algunos. La obligación del Estado de garantizar las libertades de todos, tampoco puede quedar en entredicho por actuaciones incorrectas de la policía o sus mandos. En cualquiera de los dos casos, los comportamientos inadecuados hay que erradicarlos. Ese es el reto, encontrar el imprescindible equilibrio entre el derecho a manifestarse, a ocupar los espacios públicos, a apoderarse de la calle que es de todos, con el derecho de los demás. No solo es posible, es necesario.