El vuelo

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Nubes desde el avión

Hoy el vuelo, al menos su inicio, ha sido diferente. Por canario, por trabajo, sobrevolar la Península hace años que dejó de ser una novedad. Pido ventana por dormir más cómodo, apoyando mi cabeza en el hueco en el que se aloja el cristal y, me imagino, que por la pura costumbre, que llegar con tiempo y pillar ventana ya viene siendo una especie de victoria para empezar.

Pido ventana y es raro que a los cinco minutos no esté durmiendo, pero hoy no fue así. Hoy, gracias a la tormenta de ayer, un manto blanco se desplegó bajo nuestro vuelo durante algo más de quince minutos.

Hasta que no apareció de nuevo el conocido paisaje de marrones y más marrones, no me separé de la ventanilla, como si fuera mi primer vuelo.

La magia de la nieve es muy fuerte para alguien de las islas y más para los lanzaroteños, acostumbrados a un paisaje en el que el blanco se reduce apenas a las pinceladas que las casas dibujan sobre el negro o los ocres del volcán.

Hoy he visto el mundo al revés: una inmensa alfombra blanca en el que despuntaban los trazos minimalistas de las aristas de las montañas o el dibujo incompleto de las carreteras.

Luego, como siempre, la rutina del viaje y el sueño. No he podido confirmarlo, pues viajaba solo, pero cre que dormí con una sonrisa.