Mi historia con Ubuntu

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Ubuntu

Nunca me gustó Windows. Mis primeros pasos como usuario de informática los di allá por el año 1984, fecha en la que adquirí mi primer ordenador que, como es lógico, corría sobre MS-DOS.

Curioseando en revistas terminé por adquirir dos paquetes de software que todavía hoy me parecen sencillamente geniales: las PC-Tools y OpenAccess.

Las PC-Tools eran un conjunto de herramientas, luego adquiridas por Norton y descontinuadas, que permitían realizar multitud de operaciones propias del sistema operativo, como formatear o backups, con mucha comodidad y con una interface amigable pero, además, permitían mapear unidades de red con una extrema sencillez y, sobre todo, tenían una pequeña aplicación que permitía correr varias aplicaciones sin tener que cerrar ninguna de ellas. Toda una revolución para la época.

OpenAcces era una suite ofimática que proporcionaba lo típico: un procesador de textos, una hoja de cálculo y una base de datos. Pero, lo mejor, disponía de un potente lenguaje de programación con el que llegué a desarrollar un programa de TPV para supermercados que estuvo funcionando en mi empresa durante varios años.

Y llegó Windows. Imposible resistirse a dar el salto, a pesar de las horas dedicadas a configurar adecuadamente los ficheros de inicio para seguir tirando de mis aplicaciones de MS-DOS. Pero, como ya dije, no me gustaba y vuelta a curiosear hasta que di con OS2-Warp.

OS2-WARP era un auténtico lujo. Fluido, estable y con una interfaz limpia que llevaba la metáfora del escritorio al extremo de poder arrastrar cualquier documento al fax o a la impresora y enviarlo o imprimirlo sin necesidad de abrir el documento.

Disponía de un lenguaje de scripts, el Rexx, con el que se podían hacer maravillas. Llegué a publicar en una revista de la época una utilidad que proporcionaba la dirección IP de la máquina haciendo clic en un icono del escritorio. Nos conectábamos en esa época mediante modem y pagando por el tiempo que estábamos conectados, así que nuestra IP cambiaba continuamente tras estar conectando continuamente.

El haber descubierto OS2-Warp me generó una curiosidad enorme por conocer otros sistemas operativos. Ya había trabajado con el UNIX-SCO, con un mainframe de NIXDORF y seguí curioseando hasta dar con BeOS y mi primera distribución Linux, Mandrake.

Recuerdo la ilusión con la que compré mi primer Mandrake: dos libros y un puñado de diskettes y venga a echarle horas.

No tenía la solidez y la ligereza de OS2-Warp y, por supuesto, nada de arrastrar documentos a la impresora o al fax del escritorio. No tenía tampoco el aspecto cuidado del BeOS, pero había algo que me encantaba: la red estaba llena de HowTo y de repositorios.

Y claro, es inevitable, cuando te enteras de que Mandrake no es más que una distro y que hay multitud de distros circulando y que se pueden instalar compartiendo el disco y ganas de experimentar, comienzas a particionar el disco como si no hubiera un mañana.

A partir de ahí, instalé RedHat, SUSE, KNOPPIX y mi querida Debian, que se convirtió en mi preferida hasta que llegó Ubuntu.

Evidentemente, pues es también inevitable, probé con KUbuntu, Gubuntu y XUbuntu pero me mantuve fiel al Ubuntu clásico y a Unity hasta que Canonical impuso GNOME como escritorio por defecto. Tras algunas semanas de enfado, terminé por agradecer ese cambio y más desde que las extensiones de GNOME Shell permiten un importante grado de personalización.

Así que desde la Ubuntu 4.1, el famoso Warty Warthog (jabalí berrugoso), Ubuntu ha estado siempre en mi PC. Durante los primeros años coexistiendo con alguna Debian, pero siempre como mi sistema principal.

Mis razones para haber optado por Ubuntu se pueden resumir de manera muy fácil: es una Debian (y que me perdonen los puristas) que apuesta por la sencillez y la comodidad.

Además, el sabor principal, basado en GNOME, ofrece un aspecto muy cuidado, sobrio pero atractivo a medias entre lo espartano de XFCE y el más llamativo KDE, sin necesidad de entrar en tediosas personalizaciones.

Pero, sobre todo, lo que me hizo inclinarme por Ubuntu fue la facilidad con la que lo instalaba en mis portátiles. Allí donde Debian me obligaba a habilitar otros repositorios o, lo más normal, a terminar por compilar algún driver para la tarjeta de red inalámbrica, Ubuntu la reconocía y funcionaba a la primera cumpliendo así su eslogan de Linux para seres humanos.

Entremedias las polémicas de la eliminación de Unity y la introducción de los paquetes SNAP. Mi conclusión es que mucho ruido y pocas nueces, que a pesar de la resistencia a los cambios de algunos usuarios ruidosos, al final son decisiones a las que terminamos por acostumbrarnos y cada día nuestro Ubuntu funciona mejor.

Y sí, soy de los que nunca se amarran a una LTS, prefiero actualizar cada seis meses y mantener esa ilusión de a ver qué hay de nuevo, por más que en ocasiones los cambios sean prácticamente inapreciables.

Para finalizar, mi satisfacción con Ubuntu me llevó a adquirir el Bq Aquaris E5 HD con Ubuntu Touch. Me ilusionaba enormemente lo que en esos años se dio en llamar la convergencia. Estar trabajando en tu PC, en tu portátil, en tu tablet o en tu smartphone con las mismas aplicaciones y pasar de un dispositivo a otro de manera fluida.

Fue una de tantas promesas incumplidas de esos años por multitud de fabricantes, pero el teléfono me encantaba y todavía hoy en algún momento lo enciendo y le he actualizado el sistema en un par de ocasiones.

Así que, de momento, Ubuntu sigue en mi escritorio y seguirá durante muchos años.